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Los idiomas se caracterizan por su dinamismo y constante transformación, cosa que los hace sumamente interesantes. Pero toda evolución conlleva la extinción de los más débiles, que no sobreviven a la mutación del entorno en que viven: este es también el triste destino de muchas palabras. En un artículo publicado en El País, María Irazusta (autora del libro Las 101 cagadas del español, del que hablamos el pasado abril) ha elegido ocho palabras en vía de extinción que según ella merecerían ser protegidas y mantenidas en activo, ya que siguen haciéndonos mucha falta.

Les proponemos tres:

«Pazguato, ta. Palabra al borde de la extinción para designar al memo, al simple, que se retrata por su capacidad casi infinita para el asombro. Se diferencia del resto de los bobos por su facilidad para escandalizarse casi por cualquier cosa. Diríase que es el tonto más monjil y pudibundo.

En El príncipe destronado (1973), Miguel Delibes juega con esta palabra: “Bueno, esto es así y no hay quien lo mueva, ¿verdad? Entonces tú estás en la verdad, pero llega un pazguato o una pazguata, que para el caso es lo mismo, y trata de desmontar tu verdad con cuatro vulgaridades que le han grabado a fuego cuando niño. Y ahí está lo grave; a ese pazguato o a esa pazguata difícilmente podrás convencerles de que no tienen ideas, de que lo único que tienen es aserrín dentro de la cabeza, ¿me has comprendido?”.

[…]

Infame. Denomina aquello que carece de honra, crédito o estimación. En estos tiempos en los que se persigue la fama a toda costa sería bueno recuperar este vocablo, casi tan antiguo como el ansia de celebridad.

“La carta conturbó hondamente el hogar de don Lázaro. La esposa y doña Dulce Nombre lloraron mucho. El señor Valdivia, con airadas voces, maldijo a la infame que perseguía y devoraba su linaje”. Gabriel Miró, Las cerezas del cementerio (1910).

[…]

Correveidile. Expresiva y sonora, se usaba para describir dos dedicaciones tan viejas como el mundo: el cuenta chismes y el alcahuete o celestino. Olvidada palabra para una dedicación denostada, de manera injusta porque todo correveidile tiene que tener su paravenycuenta. Como bien decía Fernando Diaz Plaja: “¡Cuántas veces se habrá repetido la acción en este país para que una frase se convierta en el nombre de una profesión!”.

[…]»

Esta última es sin duda nuestra favorita: por un lado nos recuerda cuando, en ausencia de móviles y redes sociales, un correveidile resultaba imprescindible para la transmisión de mensajes amorosos (¡ay, la adolescencia!), y por otro nos parece un término muy expresivo para indicar una afición, el chismorreo, que sin duda va a sobrevivir a cualquier evolución.

Fuentes: elpais.com