Aconsejamos una novela suya en nuestro listado de libros a finales del año pasado, pero creemos que este autor se merece algo más (como otros muchos, por supuesto).
Hablamos de Eduardo Mendoza, barcelonés del 1943. La pasión por la lectura y la escritura le viene de familia y siempre ha encontrado un sitio en su vida, aunque también ejerció como abogado, traductor o profesor de traducción e interpretación en la Pompeu Fabra. Teniendo en cuenta los años en que fue traductor para la ONU y otros organismos internacionales, y siendo algo presumidos y descarados, le podemos considerar compañero de profesión.

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Las características más evidentes de su estilo son la ironía mordaz, la parodia y el humor amargo llevado al extremo. Para que lo entiendan, mejor que resumir una biografía y una obra con muchos matices, es proponerles un fragmento de la novela “El laberinto de las aceitunas”, publicada en 1982, cuyo contenido sigue siendo, desgraciadamente, muy actual.

Se trata de una de las coloridas digresiones del protagonista, un extraño detective cliente de un manicomio:

«De la ambición y la avaricia puedo hablar, porque las he visto de cerca. Del dinero, no. Precisamente, como sé por experiencia, sirve para evitar a los que lo tienen el pringoso contacto con quienes no lo tenemos. Y con toda la honradez confieso que no me parece mal: los pobres, salvo que las estadísticas me fallen, somos feos, malhablados, torpes de trato, desaliñados en el vestir y, cuando el calor aprieta, asaz pestilentes. También tenemos, dicen, una excusa que, a mi modo de ver, en nada altera la realidad. No es por ello menos cierto que somos, a falta de otra credencial, más dados a trabajar con ahínco y a ser dicharacheros, desprendidos, modestos, corteses y afectuosos y no desabridos, egoístas, petulantes, groseros y zafios, como sin duda seríamos si para sobrevivir no dependiéramos tanto de caer en gracia. Pienso, para concluir, que si todos fuéramos pudientes y no tuviésemos que currelar para ganarnos los garbanzos, no habría futbolistas ni toreros ni cupletistas ni putas ni chorizos y la vida sería muy gris y este planeta muy triste plaza.»

Brillante análisis de la condición humana, con una profunda sensibilidad y un toque de guasa para no perder nunca la esperanza.

Fuente: clubcultura.com