No solemos pensar mucho en los sonidos y patrones que componen el idioma que hablamos todos los días; pero la voz humana es capaz de producir una enorme variedad de ruidos, y ningún lenguaje los incluye a todos.

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Alrededor del 20 por ciento de las lenguas del mundo, por ejemplo, hace uso de un tipo de sonido llamado en inglés consonante ejective (ver en Wikipedia “Ejective_consonant”), que para ser pronunciada necesita una intensa y repentina emisión de aire. La mayoría de los idiomas europeos no incluye este ruido.

Los lingüistas durante mucho tiempo han considerado que la incorporación de sonidos diferentes en los idiomas había sido un proceso totalmente aleatorio, que el hecho de que por ejemplo el inglés no incluya ejectives era un accidente de la historia, el resultado de los sonidos arbitrariamente incorporados en el lenguaje. Sin embargo, recientemente Caleb Everett, un lingüista de la Universidad de Miami, ha hecho un descubrimiento sorprendente que sugiere que la variedad de sonidos en los idiomas humanos no es simplemente resultado del azar.

Al analizar cientos de idiomas diferentes de todo el mundo, Everett pudo comprobar que los que originariamente se desarrollaron en las zonas de más altitud son significativamente más propensos a incluir consonantes ejectives. Sugirió una explicación que, al menos intuitivamente, tiene bastante sentido: la presión más baja del aire presente en las áreas más altas permite que los hablantes emitan estos sonidos ejectives con mucho menos esfuerzo que en otras zonas.

El hallazgo, si se confirmara después de analizar todos los idiomas, constituiría el primer caso en que se atribuye a la geografía una influencia en los patrones de sonido presentes en el lenguaje oral y podría llevar a los lingüistas a buscar otras tendencias basadas en características geográficas. Por ejemplo, podría haber sonidos más fáciles de producir en las áreas más bajas, o tal vez el aire seco podría hacer que ciertos sonidos salgan fuera de la lengua más fácilmente.

Si quieren leer el artículo completo: blogs.smithsonianmag.com/science

Fuente: blogs.smithsonianmag.com/science