En los últimos días hemos leído un par de reflexiones interesantes sobre el oficio de traductor; lo que más nos ha llamado la atención es que, en ambas, la actividad del traductor se compara a la del director de orquesta.

El traductor como director de orquesta

La primera reflexión es de Miguel Sáez, traductor, militar y jurista español que el domingo pasado ingresó en la Real Academia Española. En su discurso, «Servidumbre y grandeza de la traducción», habló de un aspecto que siempre ha tenido la traducción «como actividad un poco olvidada, secundaria, servil, pero que al mismo tiempo puede ser muy creadora y muy importante». Reconoció que el dicho italiano de “Traduttore, traditore” «pone de los nervios a la mayoría de los traductores» y añadió que «muchos traductores pueden ser traidores, pero, como decía Borges cuando hablaba de la traición creadora, se puede traicionar el original y, sin embargo, traducir algo que literariamente sea muy válido». «Si no hubiera traducción no habría literatura universal, porque la mayoría de la gente es incapaz de leer en árabe, en ruso o en otros idiomas difíciles». Traducir es «como tener una partitura delante».

La otra reflexión es de Andrea Bocconi, escritor y psicoterapeuta italiano, que el sábado escribió en Il fatto quotidiano: «Luego están los traductores, “profesionales autónomos” que prestan sus servicios en las editoriales que compran libros de autores extranjeros: muchas veces se trata de excelentes escritores. En algunos casos su nombre ni aparece, pero su papel es fundamental: tienen que entrar en la piel de un autor, luchar contra las barreras lingüísticas y las peculiaridades de un idioma, reproducir fielmente no solo el contenido, sino también el ritmo, las aceleraciones y las curvas de un idioma… en una sola palabra, el estilo. Y el estilo, dice Flaubert, lo es todo. Esto es mucho más difícil que conocer un idioma, es un trabajo parecido al del director de orquesta. El traductor se mantiene escondido detrás de un seto de palabras de otro, y rara vez se asoma, con una diminuta banderita sobre la que está escrito n.d.t., nota del traductor, casi siempre para explicar su trabajo, justificar la imposibilidad de traducir algún giro, un oscuro refrán croata, un concepto que en su cultura no existe. Hace falta una mezcla de dedicación, meticulosidad, acrobatismo y una cultura muy grande».

Fuentes: ilfattoquotidiano.it, elconfidencial.com